Dejo aquí mi reflexión sobre el anterior programa de Salvados, "De hijos a padres":
Motivación ante un
futuro que, ojalá al menos fuese incierto, pero no, es devastador. A lo que hay que sumar una confrontación
entre familia y profesorado, naciente del desprestigio del la figura del
docente. Además de las diferencias existentes entre los propios maestros y
maestras, los cuales conciben la educación desde prismas distintos, haciendo
que la realidad de los estudiantes queda incomprendida, incluso, por ellos
mismos.
El programa comienza con
el debate polifónico de estudiantes que rara vez son escuchados en este tema,
plasmando su opinión sobre lo que a ellos mismos les concierne: los deberes.
Diversas maneras de entender esta obligación, aunque la mayor parte de ellos la
acaban sintiendo como un compromiso que rara vez sirve de algo, donde no se
actúa desde el raciocinio sino desde la inercia, que acaba tergiversándose en
la limitación de la vida social. Saben que son necesarios los deberes, pero al
final, por la inexistente coordinación entre docentes acaban siendo demasiados,
entienden que el exceso de éstos hace que el fin por el que se les manda no se
alcance.
El debate se extiende ahora
a madres, padres y profesorado. Dos profesores discuten sobre el tema candente,
(los deberes), uno alegando que éstos proporcionan a los estudiantes
responsabilidad, constancia, autonomía, organización y el cultivar un buen
futuro; y los plantea como una alternativa a la televisión. El otro, se
pregunta de qué vale la repetición sistemática, para qué les sirvió memorizar
latín, griego… hace más hincapié en la necesidad de la contextualización, y
critica que los deberes acaban derivando en obsesión. He aquí dos profesores,
dos visiones, dos paradigmas que muy frecuentemente se enfrentan en nuestra
escuela, dos representaciones del profesorado, uno de corte técnico y otro de
corte práctico (o incluso crítico). Dos concepciones del currículum: currículum
basado en contenido y un currículum sociocrítico de transformación social.
A esta mesa redonda,
hay que sumar la opinión de las madres y padres, que tal vez los elegidos por
el programa no sean una fiel representación de todos esos padres y madres, que
intervienen en la educación de sus hijos de un modo paranoico. Un día lo extraño
se hizo cotidiano, y empujó a lo “normal” a la extrañeza. Un día se hizo normal
que padres y madres hagan los deberes de sus hijos e hijas, un día se normalizó
la obsesión de los progenitores por “llenar” todo el tiempo de sus sucesores,
dándoles a elegir entre infinidad de actividades extraescolares, y si no saben
o no quieren elegir, se les hace elegir. Un día se hizo normal que padres y
madres se sobre informasen en libros y foros, pensando que esa sobreinformación
iría acompañada de una sobre preparación. Un día, proyectar en los hijos con el
fin de defenderlos y que lleguen a ser algo más de lo que ellos fueron, fue
normal. Y llegó el día en el que madres y padres, pueden juzgar con total
impunidad el trabajo de los profesores, quedando así la figura y profesión del
docente total y absolutamente desacreditada, quedando a la merced de cuantas
opiniones y juicios quieran ser disparados en su contra, pues llegamos, como
sociedad, a construir un mundo donde todos creemos que sabemos de educación, y
todos creemos que tenemos la legitimidad de juzgar.
También es necesario
apuntar, una opinión más, la de un psicólogo que aparece en el programa. El
cual pone el acento en el sentido común de la inmensa mayoría de este país, que
presupone que los buenos adolescentes son los buenos escolares, y que los
buenos escolares son los que aprueban, los que van a clase cada día, son
respetuosos, hacen los deberes. Cuando la mayoría realmente no es así. Por lo
que acabamos ejerciendo sobre los estudiantes una presión descomunal, sobre lo
que deben ser y pocos son. Convenciéndoles de que el esfuerzo vale la pena, y
nos olvidamos de que son adolescentes, niños realistas que se quedaron sin
tiempo incluso para soñar, hijos de la crisis y de un futuro que por mucho que
luchen, será peor que el de sus padres. Presionados y con la angustia de
elegir, tal vez demasiado pronto el camino que determinará su vida. Se les
acabó el tiempo de la fantasía, ya no eligen en trabajo vocacional, sino el que
tenga, entre lo poco que hay, más salidas. Conscientes de la realidad cuando
aún son vulnerables, tal vez por esa sobre protección de sus progenitores. No
hay motivación, ven a la anterior generación sobre cualificada emigrando,
empiezan a dudar si tanto esfuerzo vale la pena… la globalización presiona y la
ilusión se apaga.
Falta un sistema que sea
capaz de responder a unas nuevas demandas, a un nuevo mundo. Tal vez sea hora
de cambiar, ellos ya lo han hecho.